Hay
temas que se intuyen algo tabú en el mundo del feminismo. Cuesta mucho
reconocer que la maravillosa “cuota de género”, esa que tanto nos ha hecho
avanzar, está siendo utilizada de manera perversa. Cuesta denunciar que hay
mujeres que, lejos de aprovechar su llegada al poder para cambiar las cosas, lo
hacen para seguir al pie de la letra el mandato patriarcal y así prolongar un
modelo que, a estas alturas de la película, ha evidenciado no responder a la
principal necesidad de las mujeres: alcanzar la igualdad real y participar en
los espacios donde se decide para transformarlos en espacios con un mayor
equilibrio, con distintas perspectivas y donde no exista hostilidad hacia
ninguno de los dos sexos.
Nos preocupa hace tiempo esta realidad, principalmente en las
organizaciones de izquierda, que han sido quienes realmente ha provocado los
mayores avances en este país. Nos topamos por casualidad, en la red, con el
que, hasta hoy, nos parece el artículo que denuncia de la manera más clara esta realidad.
En“Feminismo
en los partidos y mujeres excusa”,
Beatriz Gimeno describe al detalle y de manera valiente lo que muchas mujeres,
que han ocupado cargos de responsabilidad en alguna organización, han vivido y
padecido.
Resulta difícil manejarse entre continuas contradicciones como las
que se dan en las estructuras de poder, pero lo que de verdad resulta complejo
es, darle la vuelta al espejo y mostrar a “los poderosos” la imagen que éste
les devuelve. Denunciar en el interno de estas instituciones que las actitudes
no se corresponden con el discurso con que muchos se llenan la boca, eso es
letal en política.
Tiene todo esto mucho que ver con la crisis que en la actualidad
atravesamos, ésta ha evidenciado las contradicciones del sistema,
contradicciones que provocan una gran desafección en una ciudadanía muy castigada
que exige instituciones más auténticas y transparentes. Para ello además
reclaman una mayor participación que sólo será posible tumbando organismos
excesivamente verticales y forzando una mayor horizontalidad, acercándolos a
las personas.
Y
centrándonos en el tema que queremos abordar en este artículo, la
discriminación por razón de sexo, ¿resulta lógico, por ejemplo, que una
organización sindical de clase, entre sus tareas relacionadas con la igualdad
entre géneros, trabaje por la implantación de planes de igualdad en las
empresas? ¿Es loable el trabajo que se hace en el seno de la negociación
colectiva por romper el techo de cristal, la segregación ocupacional, la brecha
salarial, el acoso sexual, etc.? Lo es y mucho.
Pero no tiene ningún sentido, ni resulta lógico o ponderable que,
cuando observamos y analizamos estas estructuras sindicales, nos encontremos
con una realidad como la denunciada en el artículo “Los sindicatos mayoritarios suspenden en materia de
igualdad” publicado
el pasado 23 de agosto de 2013 en eldiario.es.
Es una realidad que en el seno de gran parte de las organizaciones
e instituciones actuales, sigue existiendo sexismo. La segregación horizontal
es muy visible, las mujeres son aglutinadas en responsabilidades donde el
ejercicio del poder es escaso (lejos de las cuentas y del poder organizativo),
por lo general suelen atender espacios más relacionados con lo “social”. Por
otro lado y, lo que de verdad es más que visible, podríamos decir
pornográficamente visible, es la segregación vertical o el más conocido techo
de cristal. Los líderes son masculinos. El patriarcado político-sindical-institucional
se resiste con uñas y dientes no sólo a abandonar el poder, también al simple
hecho de compartirlo.
Y aquí entra la contradicción. ¿Qué hacen nuestros líderes cuando
han hecho suyos –al menos estéticamente- mensajes del movimiento feminista, reiterando
una y otra vez las proclamas de la lucha de tantas mujeres en sus discursos?
¿Qué hacen cuando, tras ser aceptadas por la opinión pública tan
razonables reivindicaciones empiezan a sentir que éstas se acercan
peligrosamente y les toca a ellos rendir cuentas? ¿Qué hacen cuando tocan los
hechos y no las palabras? Porque está claro que un político o un dirigente “de
pura cepa” no puede permitirse entrar en contradicción y quedar en evidencia.
Nada mejor entonces, que echar mano del ingenio y nada tan recurrente
como una chistera. Y voilà, como por arte de magia aparece la “mujer excusa”.
Es así como, “el macho dominante” (que diría Felix Rodríguez De La Fuente) vuelve a la carga,
urde una nueva y salvaje estrategia para seguir aferrándose a ese suculento
espacio llamado “poder” y salva “los obstáculos de la civilización”.
Pelear dentro de cualquier estructura de poder por el espacio que
debieran ocupar las mujeres, y que aún no ocupan
es una batalla campal, algo verdaderamente agotador. Pero a la vez
enriquecedor, cuando se participa directamente en este tipo de espacios se terminan
haciendo algunas reflexiones y observaciones que identifican perfectamente
estas conductas machistas. Que las sindicalistas pudieran ponerlas en común con
otras mujeres que pasan por lo mismo en otros espacios y con hombres cuya
tolerancia hacia la desigualdad es cero, debería ser el principio de la
solución.
Algunas
de las pistas que delatan estos comportamientos son, por ejemplo, la alta
rotación de las mujeres en los puestos de dirección, independientemente de la
responsabilidad que se tenga. Salvo excepciones, ninguna mujer se consolida
como una gran lideresa, aunque sea en “su negociado”. Es decir, la cuota se
cubre pero sustituyendo unas mujeres por otras, como si de un kleenex se
tratasen, con el único objetivo de que no consoliden, para así no tener que
compartir espacio. Son pocas las mujeres que podemos recordar en primera línea
de la política, del sindicalismo o de la propia historia de nuestro país,
mientras muchos son los incuestionables y empoderados “barones”. Ésta es una de
las formas más claras de pervertir la cuota, pues se mantienen los porcentajes
numéricos de ésta, pero la impronta de la mujer, la forma distinta de analizar
y gestionar nunca llega a consolidarse porque no se les permite ni siquiera
llegar a conocer con una mínima profundidad el terreno de juego.
Por otro lado existen mujeres que sí permanecen. Si observamos
estos casos, en muchos de ellos se trata de mujeres que jamás cuestionan al
líder o alguna de sus decisiones. Saben que les va la vida en ello, al menos la
vida política. Terminan siendo sumisas con ellos e implacables con las
insumisas. Algunas llegan a desempeñar vergonzantes papeles prestándose incluso
a ser títeres del verdadero poderoso que se esconde detrás del escenario. Por
no ahondar en ejemplos de mujeres que llegan a reproducir en política, ese “rol
de cuidadoras” que durante tanto tiempo se les ha asignado en el espacio
privado. Llega a ser lamentable el papel obstaculizador que algunas mujeres
llegan a desempeñar bajo una “pose” feminista.
Son muy pocas, las mujeres que a lo largo de la historia han
llegado a puestos de relevancia politico-social desde su independencia, su
diferencia de opinión o su autonomía. La clave está en que son ellos y sólo
ellos quienes deciden a quien “poner”. Siguen escogiendo ellos, la mayoría de
las veces a otro de varón, en contadas ocasiones, eligen a una mujer. Por lo
general lo hacen cuando las circunstancias ya los condicionan y se ven
forzados, entonces, tiran de la “mujer excusa”, siguen manejando los hilos
ellos mismos sólo que bajo la estética de una mujer.
Ciertamente hemos conseguido que más mujeres lleguen, pero si las
que llegan lo hacen sin reconocer el trabajo que muchas otras hacen, sufriendo
represalias continuas, para que precisamente ellas estén ahí, entonces hemos
hecho, como se suele decir, “un pan como una hostia”.
Así que, una vez diagnosticados los problemas es necesario poner
en marcha medidas que permitan corregir estas desviaciones que, aunque son
sutiles en su estrategia, también son letales para el objetivo real, la
igualdad verdadera.
Igual la idea de partidos políticos o sindicatos de mujeres no sería
buena pues podría de alguna forma evitar la convivencia, compartir espacios y
además podría terminar generando aislamiento o mundos paralelos. Pensamos que
se deben seguir peleando los derechos en el mismo espacio aunque, por el
momento sea en situación de desventaja.
Quizás la cuota debería dar un paso más allá y pasar de ser sólo
“cuantitativa” a ser también “cualitativa”.
Debe existir una mayor sensibilidad hacia las desigualdades que padecen las
mujeres en estos órganos, para ello la formación en igualdad en el seno de los
partidos y sindicatos es imprescindible. Deben incorporarse a la dirección
hombres y mujeres que verdaderamente crean en la igualdad entre sexos y en la
ideología feminista. La teoría feminista, por mucho que se intente denostar, ha
conseguido logros muy transcendentales a lo largo de la historia y las
organizaciones de izquierdas no podemos permitirnos el lujo de dejarla de lado
mientras pretendemos abanderar la igualdad
de clases o la defensa de las personas con mayores dificultades. A eso se le
llama cinismo.
“Que la mujer trabaje para
ganarse la vida, o hasta para redimir su dignidad, bien; pero que la mujer
trabajando pretenda elevarse intelectualmente tanto como el hombre, esto es lo
que muy pocos todavía entienden por aquí”.
Margarita Nelken.
“La condición social de la mujer en España”, 1919.